Crecí con la idea de que la educación nos hacía más libres, más ricos y más iguales. Crecí creyendo que en la educación (en el sistema educativo) eramos todos iguales, crecí creyendo que las puertas de mi futuro las abriría estudiando mucho y siendo buena, haciendo todo lo que los profes y los mayores me dijeran. Decían que así cuando fuera mayor sería todo lo que yo quisiera. Decían que así sería más libre. Crecí creyendo que la educación era el medio para mejorar nuestra sociedad, que por medio de una nueva pedagogía, una nueva educación no acorde con los modelos franquistas, todo cambiaría. Crecí entre los sueños recientes de una sociedad nueva, recién nacida; una sociedad plena de esperanza que parecía tener las respuestas de un fantástico futuro que estaba apunto de llegar. Una sociedad recientemente democrática (si así puede llamárse) que pasaba página de un oscuro fragmento de su historia y comenzaba a ver las luces de la libertad y la igualdad.
Todo aquello ya pasó, aquellas luces parece que sólo fueron destellos y, ahora, me toca reflexionar sobre el papel que representa la educación en la sociedad en la que vivo hoy, en la que viviré mañana. Sigo creyendo que la educación nos hace más libres y más ricos de espíritu. Pero no cualquier educación, no la educación que yo recibí en la escuela, tampoco la que recibieron mis padres ni abuelos, y tampoco la que veo en práctica hoy en los centros educativos.
Hoy en día, consideramos la educación como único medio de transformación social mientras seguimos viendo cómo reproduce lo peor de nuestra sociedad. Sigo creyendo en que la educación es vital para sacar lo mejor de nosotros mismos y crear el cambio y la mejora. Y no tengo ninguna receta mágica de cómo debería ser la educación hoy, ni de cómo debió antes; pero sé que hay una manera de educar distinta, dentro y fuera de los centros, una educación que no comprende de edades, ni de sexos, ni religiones, ni culturas; una educación como proceso de creación, una educación donde no haya jerarquías, donde uno pueda descubrir el mundo y descubrirse a sí mismo... Y bueno, qué más cosas bonitas puedo decir, que esto va pareciendose más y más a una historia de fantasía demasiadas veces repetida.
Aunque, sí que hay algo que tengo claro: no existe un cambio en el sistema educativo, si no existe un cambio social completo. Nada es independiente de nada y no podemos engañarnos con una escuela igualitaria y libre, si no vivimos en un mundo igualitario y libre. En vano vamos a dar clases de “Educación en valores” si al salir de clase ni siquiera sabemos trasladar esos valores a la vida. Los valores no son sermones que predicar, no es una nueva religión, son una forma de vivir y respetar al ser humano y a la naturaleza, que deben ser sentida y adquirida, y eso no puede hacerse en una hora de clase semanal. En vano hablamos de igualdad de oportunidades si se siguen poniendo en práctica mecanismos de selección fuera y dentro de las escuelas, por no hablar de los conciertos escolares. En vano seguimos hablando de libertad de elección, cuando quien realmente elige es que tiene el que “dispone de medios” para hacerlo. Y en vano ensalzamos conceptos como calidad educativa si la mayoría de las veces carecen de contenido y en las demás contiene significados de interés sólo para quien los predica. Todo esto es tan obviamente absurdo e hipócrita que resulta irritante.